lunes, 7 de marzo de 2011

CORAL PARA CÉSAR VALLEJO

Milcíades Arévalo
milciadesarevalo@gmail.com

Santiago de Chuco, pueblo más que aldea, a 3.ll5 metros sobre el nivel del mar, a 9 horas de Trujillo, capital del Departamento La Libertad, situado sobre un terreno quebrado, amanece envuelto en las fragancias eucalípticas y los olores de la urea, la coca y el alcohol. La nombraron Santiago en homenaje a la ciudad hispana de Santiago de Compostela y del apóstol Santiago el Mayor.

     Como habitante de las grandes soledades de las punas, las rientes quebradas de los valles, la adustez de sus rocas, las sombras de sus profundos abismos y el fresco candor de los campos en flor, señorea el mestizo, el cholo con sangre de indio y español. Es un mestizo cargado de melancolía, melancolía india, incaica, de siglos y altanería, amante de su tierra amasada con el agrio sudor del diario vivir, explotado en minas y haciendas, entre el feudalismo y la esclavitud.

     Allí, en ese pueblo perdido en la cordillera, donde habitara el cóndor, en el barrio Cajamba, Casa No. 96 de la antigua Calle Colón, nació César Abraham Vallejo, el último de los hijos de don Francisco de Paula Vallejo y doña María de los Santos Mendoza, el l9 de marzo de l892 (según declaración de sus hermanas).“Éramos doce”, le contaría años después César Vallejo a Georgette Philipart, la mujer que lo acompañaría los últimos años de su vida.

     El hogar paterno era modesto y abultado de estrecheces, pero desde pequeño César Vallejo se afanaba en trazar líneas y figuras en el papel como en las paredes. A los cinco años de edad su primer garabato decía: “Le escribo a mamita que tengo hambre”. Y como para crear menos dudas acerca de este pichón que más tarde sería el cóndor de la poesía latinoamericana, cuando años más tarde le preguntaron a su primo Escobar Vallejo cómo era César Vallejo de muchacho, respondió:

   “Desde muchachito le gustaba peinarse de poeta, el pelo por atrás. Era muy distraído y soñador...”

     Y doña María de los Santos Mendoza de Vallejo, desde su retrato, con el cabello parcialmente cano, los finos labios apretados y la mirada toda dulzura, parece orgullosa de la Eternidad de su último hijo, de aquel que en el desayuno le “hurtaba a escondidas el azúcar”.

     Vallejo estudia primero en Huamachuco y después en Trujillo, donde se inscribe en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Libertad. La intención de hacerse médico lo conduce a Lima, pero pronto renuncia a la carrera y lo encontramos de preceptor de los hijos de un hacendado de Huánuco. Entra de cajero ayudante en la hacienda azucarera Roma, de la que saldrá profundamente marcado. Renuncia a su empleo y retorna de nuevo a Trujillo, donde se inscribe por segunda vez en la Facultad de Filosofía y Letras. Consigue, además, un empleo de preceptor en el Centro Escolar de Varones.

    Corre el año de l9l5, cuando inicia su tercer año de Letras, y simultáneamente el primero de Derecho. Entra a trabajar en el Colegio Nacional de San Juan, pero en el mes de agosto muere su hermano Miguel, compañero de juegos del poeta:

                        Miguel, tú te escondiste
                        una noche de agosto, al alborear;
                        pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste.
                        Y tu gemelo corazón de esas tardes
                        extintas se ha aburrido de no encontrarte.
                                                      Y ya
                        cae sombra en el alma.

                    (A MI HERMANO MIGUEL, Los Heraldos Negros)

El primer éxito literario lo obtiene César Vallejo con su tesis, “El romanticismo en la poesía castellana”, acogida con entusiasmo por los intelectuales y artistas que forman un grupo inquieto, turbulento y audaz. Antenor Orrego, director de “La Reforma” y Eulogio Garrido, encabezan el grupo, del que forma parte también Víctor Raúl Haya de la Torre, futuro fundador y jefe político del APRA. Sin embargo, cuando en l9l7, Vallejo se aventura a enviar su poema EL POETA A SU AMADA, a la revista limeña “Variedades”, le responden (burlonamente) “que en verdad (su poema), le acredita a usted para el acordeón o la ocarina mas no para la poesía”.

    Ciro Alegría, quien fuera alumno suyo en el Colegio Nacional de San Juan, recuerda esta conversación, en El César Vallejo que yo conocí, llevada a cabo entre la abuela de César y un circunspecto señor, cargado en años y sapiencia:
    --“¿Y a qué año va a ingresar? –le preguntó refiriéndose a Ciro).
    --“Al primer año de primaria... ”
    El anciano por poco dio un salto y luego dijo, muy excitado:

    --“¡Mi señora! Esa ya no es cuestión de colegios sino de buen sentido... ¿Sabe quién es el profesor del primer año de San Juan? Pues ese que se dice poeta, ese César Vallejo, un hombre a quien le falta un tornillo...”

    --“Al fin y al cabo... para el primer año...  –dijo mi abuela, tratando de calmarlo”.

    Ciro Alegría, lo retrata de este modo: “Magro, cetrino, casi hierático, un árbol deshojado. Su traje era oscuro como su piel oscura. Por primera vez vi el intenso brillo de sus ojos cuando se inclinó a preguntarme, con una interna atención, mi nombre”.

    Geogette Philippart, va mucho más allá: “Su mirada era algo angustiosa. Cuando miraba a alguien, no se detenía en sus ojos o en su rostro: parecía que lo atravesaba y continuaba a miles de kilómetros más allá de uno”.

    Y su hermana Aguedita, lo evoca así:

    --“Mi hermano César era muy inteligente desde niño”.

    Y don Luís Urquizo, a quien Vallejo menciona en su cuento Los Caynas, decía: “Por lo demás, era primo mío en no sé qué remota línea de consanguinidad materna. Dicen que César me menciona en uno de sus cuentos. Y que afirma que soy medio loco. Que me gusta montar buenos caballos, que caminan braceando pacá pacá pacá. Y que también yo me creía mono... ¡Qué ocurrencia! Yo le perdono todas esas mentiras al loco de César, pues él era el loco, yo no”.

     En julio de l9l9, aparece su primer libro de versos, Los Heraldos Negros, en el cual “oímos al fondo las quejas estremecedoras de Lautremont y de Rimbaud y hasta entrevemos, en relámpagos, la luz policroma de Mallarmé”. Los Heraldos Negros inauguran un lenguaje y un mundo poético en el cual, al cosmopolitismo de los modernistas, se trenza, con pequeños zarcillos y tallos volubles que con el tiempo irían agrandándose, el retoño raquítico de un pasado indígena tronchado en la Conquista, pero que vivía latente en la melancolía de las gentes peruanas”.

    En EL MOMENTO MÁS GRAVE DE MI VIDA, de Poemas en Prosa, Vallejo dice: “El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú”.

    Todo ocurrió así: Vallejo decide irse a Europa, pero por última vez quiere ver a los suyos y también la tumba de su madre. Viaja solo de Trujillo a Santiago de Chuco, y se ve mezclado en un sangriento episodio que ha degenerado en incendio y del cual es acusado, junto con l9 personas más. Es buscado y finalmente detenido el 6 de noviembre de l9l9, en la casa de su más vibrante crítico, Antenor Orrego, y es liberado el 26 de febrero de l920: 112 días estuvo en la cárcel.

                      Y el hombre... ¡Pobre... pobre! Vuelve los ojos como
                      cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
                      vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
                      se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
                                                                       (Los Heraldos Negros).
En una entrevista del periodista y poeta español César González Ruano, de El Heraldo de Madrid (27 de enero de l93l), César Vallejo le responde así:

    --“¿Qué tipo de poesía hizo usted en Los Heraldos Negros?”

    --“Podría llamarse poesía modernista. Encajaba, sí, en un modernismo español, en un sentido tradicional con lógicas incrustaciones de americanismo”

    --¿Recuerda usted...?

    --Es Abril quien la recuerda...

              Qué estará haciendo a esta hora mi andina y dulce Rita
              de junco y capulí;
              ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
              la sangre, como flojo cogñac, dentro de mí.
                                         (IDILIO MUERTO, Los Heraldos Negros).
    ¿Quién fue “La andina y dulce Rita”? Se llamaba Martina Gordillo Peláez. Lo dice Francisco Izquierdo Ríos, autor del libro César Vallejo y su tierra, que sostuvo con ella el siguiente diálogo:

    --“¿Conoció Usted,  al poeta César Vallejo?”

    --“A Cesitar... Sí. César era un morenito muy simpático. Bueno de los más buenos. Conversaba muy lindo el Poeta. Era muy alegre. Cuando venía a Santiago, no me acuerdo muy bien si de Huamachuco o de Trujillo, bailaba en las calles huainos y la danza popular de Las Quiyayas, al son de la Banda de Músicos. Muy gracioso...”

    --“¿Usted sabe que es uno de los poetas más grandes del mundo?”

    --“Pobrecito... Cómo es la vida, señor. Muy tarde se han acordado de él”.

    --“Y él ¿cómo la llamaba a usted?”

    --“Me decía Rita”.

     --“Pero usted no se llama Rita”.

    --“No me llamo Rita, pero a él le gustaba llamarme así. No sé por qué”.

    Siguiendo el hilo de la entrevista del periodista César González Ruano con el del poeta, encontramos este otro diálogo:

    --“Veo de pronto, amigo Vallejo, algo muy importante en un poeta y sin cuya condición no me interesan ni los poetas ni las locomotoras: la precisa adjetivación: flojo coñac”.

     --“La precisión –le responde Vallejo -, me interesa hasta la obsesión. Si usted me preguntara cuál es mi mayor aspiración en estos momentos, no podría decirle más que esto: La eliminación de toda palabra accesoria. La expresión pura, que hoy mejor que nunca había que buscarla con sustantivos y en  los verbos...; ya no se puede renunciar a las palabras”.

    Y Ciro Alegría insiste en contarnos sus deslumbramientos en su libro sobre el poeta, y nos cuenta la siguiente anécdota de su tía Rosa, persona muy culta y dada a leer:

    “Recuerdo perfectamente, que, cierta vez, llegó un tío enarbolando un diario en el cual había un poema de César Vallejo. Avanzó hacia nosotros.

    --A ver, Rosita, quiero que me expliques esto: ¿Dónde estarán sus manos que en actitud contrita, planchaban en las tardes blancuras por venir? ¿Esto es poesía o una charada? A ver, explíqueme...

    “Mi tía Rosa tomó el diario y, a medida que iba leyendo, su faz enrojecía. La mujercita frágil y nerviosa que era, se irguió por fin llena de rabia y le respondió:

    --“Este es un hermoso poema y si no lo entiendes, la culpa no es de Vallejo sino tuya, que eres un bruto... ”

    Al igual que en toda verdadera poesía, en el ritmo está la médula del arte de Vallejo: no como sílabas contadas para contener un significado, sino como parte de la producción del sentido. De allí que los ritmos modernistas de Los Heraldos Negros, dan lugar a nuevas estructuras que luego se verán en Trilce.

    Corre el año de l92l y estamos nuevamente en Trujillo. César Vallejo se ha presentado a un concurso de cuento con MÁS ALLA DE LA VIDA Y DE LA MUERTE y lo gana, lo que le permite publicar su segundo libro de versos: TRILCE, el cual es recibido con desconcierto. Más tarde Vallejo diría, imperturbable: “Trilce cayó en el más completo vacío. Eso no me sorprendió ni afectó. Me siento superior a mi libro”.

   (Sorprendentes, casi anormales eran su apacible abstracción, su total ausencia de rencor).

   “Cesar Vallejo aprisiona en Trilce la precisión como principal elemento poético, sus versos me dieron, cuando le conocí, la impresión de una angustia sin la cual no concibo al verdadero poeta. Su desgarramiento por conseguir la verdad –su verdad-, me parece terrible.

    --“¿Quiere usted decirme por qué se llama su libro Trilce y que quiere decir Trilce?”

    --“¡Ah! Pues Trilce no quiere decir nada. No encontraba en mi afán ninguna palabra con dignidad de título y entonces la inventé: Trilce. ¿No es una palabra hermosa? Pues ya no pensé más: Trilce.

    --“¿Usted no conocía a los modernos poetas franceses?”

    --“Ni a uno. El ambiente de Lima era otro. Había alguna curiosidad; pero concretamente yo no me había enterado de muchas cosas”.

    --“¿Cómo pudo usted hacer ese libro que, incluso como poesía verbalista, pregona conocimiento de toda clase?”

     --“Me di en él un salto desde Los Heraldos Negros. Conocía bien a los clásicos castellanos...  pero creo, honradamente, que el poeta tiene un sentido histórico del idioma, que a tientas busca con justeza su expresión”.

    Y finaliza César González Ruano, en su libro Veintidós Retratos de Escritores Hispanoamericanos (Madrid, Ed. Cultura Hispánica, l952), diciendo: “Esforzando mucho el nervio de la memoria (recuerdo a aquel poeta), delgado y fino, que estaba equidistante, en cuanto a parecido físico, entre Beethoven y Juan Belmonte...”

   Georgette, refiriéndose al origen de Trilce, nos dice:

   --“Se han inventado las anécdotas más banales sobre el origen del título Trilce. Sospechando que no había salido de un prosaico conjunto de cifras o cálculos, le hice la pregunta a Vallejo. Entonces, pronunció sencillamente: tttrrrill... ce, con entonación y vibración tan musicales que hubiera forzado a comprender a quien lo oyera, y dijo: “Por su sonoridad...” y volvió a pronunciar: tttrrriiil... ce”.

                           Vusco volvvver de golpe el golpe.
                           Sus dos hojas anchas, su válvula
                           que se abre en suculenta recepción
                           de multiplicando a multiplicador
                           su condición excelente para el placer,
                           todo avía verdad.
                                                                   TRILCE, IX.
     “Trilce –señala Germán Espinosa en su ensayo CÉSAR MUERTO EN LAS GALIAS-, “es el comienzo de un singular experimento, dirigido intencionalmente contra la sintaxis, contra la omnímoda primacía del verbo, contra la ineficiencia probada del lenguaje lógico y académico. En la revolución poética de que Trilce es abanderado, lo que se cuestiona es la validez misma del lenguaje como medio de expresión, dentro de un orden axiológico que parece desmoronarse. De un orden axiológico que el aborigen americano acaso no aceptó jamás y que el cholo Vallejo se complace en dislocar, comenzando por la madre lengua que heredó del Conquistador”.

    En junio de l923, Vallejo, que proyectaba su evasión desde l920 y, más particularmente, desde la aparición de Trilce, se embarca para Europa y llega a París el vienes l3 de julio del mismo año. Conoce a Juan Gris y más tarde, entre otros, a Waldo Frak; y después, al azar de los años y más o menos de paso, a Marcel Aymé, Miguel de Unamuno, Antonin Artaud, Jean Louis Barrault, Robert Desnos, Tristan Tzara, Ilia Ehrenbourg, Maiakosvki, Mayerhold, Pablo Picasso,  García Lorca, Luís Cernuda, Pablo Neruda, etc.

    César Vallejo no olvidó nunca su universo peruano. Santiago de Chuco y su hogar los llevó en su alma, en su carne y en su sangre, por donde quiera que anduviera. Hasta en su libro Poemas Humanos, escrito en los últimos años de su vida, se encuentran vestigios de su tierra natal como en los siguientes versos:

Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio
Muy grande y lejano y otra vez grande.
Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza
A llover, sino para que empiece a nevar.

                                (EL BUEN SENTIDO, Poemas en Prosa)

    O en aquellos otros versos,

                   Fue domingo en las claras orejas de mi burro,
                   De mi burro peruano en el Perú (perdonen la tristeza).

                                                        (Poemas Humanos).

que nos hacen recordar a los mansos burritos que van por calles y caminos con pesadas cargas o uno o más jinetes, principalmente niños. ¿Cuántas veces César Vallejo trajinaría las calles y los caminos de Santiago de Chuco de su infancia sobre un tozudo burrito?

     ¿Qué hace César Vallejo durante su estancia en Europa? Hace periodismo en La Prensa Latina, vive en el Hotel Richeliu, conoce a Henrriette Matisse, quien va a vivir con el poeta y de la que se separará en octubre de l928; empieza a estudiar la realidad social y el fenómeno marxista, asiste a charlas y reuniones donde se exponen y discuten problemas socio- económicos, monta algunas obras de teatro (de escaso mérito); hace algunas traducciones. En marzo de l93l, publica su novela Tungsteno, donde revela las incalificables condiciones de existencia y la crueldad del trato que se le inflige a las masas indígenas del Perú. Se inscribe en el partido comunista español.

    A partir de l929, después de su primer viaje a la Unión Soviética, escribe “El arte y la Revolución, Moscú contra Moscú, Lock-out, Rusia en l93l, Paco Yunque, Colacho hermanos y La Piedra Cansada, todas estas obras suscitadas por la solidaridad de Vallejo con la humanidad explotada y avasallada, que salvan a su obra poética de caer en la poesía de propaganda inevitablemente fabricada a base de una retórica ampulosa, barata y vacua.

    “Vallejo á inventé le surréalisme avant les surréalistes”, comentaban en “Coemedia” de París, al referirse a la reedición de Trilce, aparecida en España en julio de l930. Pero en diciembre de ese año es expulsado del territorio francés (Decreto del 2-l2-30), por sus entrevistas en su propia casa “con individuos que visitan a los bolcheviques”, por sus idas y vueltas a la librería del diario L´Humanité y sus propios viajes a la Unión Soviética. Viaja a España. Sin embargo... ¡regresa a París!

    A menudo se dice que César Vallejo “deambula de café en café” como cualquier beodo, y también que frecuentemente vive solicitándole dinero a todos aquellos que lo conocen. No hay nada de cierto en esto. Todas las “ayudas” que recibió fueron por su trabajo, que sólo le sirvieron para dar una tregua a sus afugias más urgentes “pero que habrá de pagar durante decenas de años después de muerto”.

                                     Amado sea aquél que tiene chinches,
                                     el que lleva zapato roto bajo la lluvia,
                                     el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas,
                                     el que se coge un dedo en una puerta,
                                     el que no tiene cumpleaños,
                                     el que perdió su sombra en un incendio,
                                     el animal, el que parece un loro,
                                     el que parece un hombre, el pobre rico,
                                     el puro miserable, el pobre pobre!

                    (TRANSPIE ENTRE DOS ESTRELLAS, Poemas Humanos).
Pero volvamos con César Vallejo a París: su retorno es condicionado a prescindir de su militancia política y a presentarse mensualmente a la Prefectura de París, pero es eximido de dicha obligación por el entonces ministro Chautemps.

    El lenguaje de Vallejo denuncia, cuestiona, violenta poéticamente la desdicha de que cada hombre está recluido, aislado del que tiene más cerca y dentro de sí mismo. Posee, además, un lenguaje para hablar de un mundo en el cual estaba definitivamente incómodo. Y no era para menos. De sus versos surgía una fuerza terrenal estremecedora, y su voz era como un toque de bocina india en la noche del páramo.

     La República en España se proclama el l4 de abril de l93l, hecho que Vallejo no acoge “ni providencialmente ni como admirable oportunidad”, y es así como el l8 de julio de l936, estalla la guerra civil española. Ante la magnitud del acontecimiento, Vallejo depone toda discrepancia. Vuelve a su militancia marxista incondicional, colaborando de inmediato en la creación de “Comités de Defensa de la República”. Ayuda en las colectas de fondos, en mítines cuyas repetidas actuaciones y pasión no se hubieran sospechado. Inicia una serie de artículos de llamamiento a favor de la causa revolucionaria de España, en los que denuncia la política de no intervención, sólo provechosa al fascismo, no tan franquista como internacional.

    En el año de l932, comienza la etapa de Poemas Humanos, el cual había iniciado en octubre de l92l, que sin embargo no verá a luz sino hasta después de la muerte del poeta. Tal vez alcanza un nivel de conjunto superior a los libros anteriores, pero es la continuación del camino que ya había comenzado con Los Heraldos Negros.

París influye – ¡y de qué modo!- en este último conjunto de poemas donde encontramos aquel que es de un presentimiento impresionante, ya que trasluce la cercanía de la muerte en el destino del poeta:

                                Me moriré en París con aguacero,
                               un día del cual tengo ya el recuerdo.
                               Me moriré en París –y no me corro-
                              tal vez un jueves, como hoy, de otoño.

    (PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA, Poemas Humanos).

Aquí el dolor es más dolor y la desesperanza más desesperanza, a consecuencia del verso que, a fuerza de sencillo, se hace concreto y rotundo.

    El último de sus libros, de sólo l5 poemas, España, aparta de mí este cáliz, es el condensado de su pena, el dolor que lo invade al ver que la España que ha visto construirse, y que significa la esperanza, se derrumba inexorablemente. Después de visitar Barcelona, Madrid, Valencia y otras ciudades españolas, y de haber asistido al II Congreso de Escritores Antifascistas, las derrotas se suceden, una detrás de otra. Vallejo regresa a París, y en 80 días escribe los últimos 25 poemas de Poemas Humanos, y dirige a España misma su ruego y su exceso de desesperación:

                        Pedro Rojas, así, después de muerto,
                        se levantó, besó su catafalco ensangrentado,
                        lloró por España
                        y volvió a escribir con el dedo en el aire:
                        “¡Viban los compañeros! Pedro Rojas”.
                                                (III,  España, aparta de mí este cáliz)

Cuando en julio de l923 Vallejo se embarca para el viejo continente, le preguntan por cuánto tiempo parte y él responde: “No sé... por mucho tiempo... quince años por lo menos”. Sorprende este dato si se sabe que el poeta tenía el presentimiento de que iba a vivir mucho tiempo, y nunca pensó que se fuera a morir tan pronto. Así se lo revela a una alumna egipcia a la  que le dictaba clases de lengua y literatura castellana: “Nada ha terminado –le dice refiriéndose a la Guerra Civil Española -. ¡Queda aún mucho qué decir! Queda aún mucho qué hacer! Además... estoy tan joven, soy fuerte. Mi mujer... (refiriéndose a Georgette), una niña! Quiero tener un hijo. Yo quiero que tengamos un hijo”.

    Pero desde cierto tiempo atrás, Vallejo sufre de una fatiga general que él lamentablemente no toma en consideración. Le toman una radiografía de los pulmones (Esputos con muy ligera reacción inflamatoria. Flora microbiana banal. BK, cero). Los días se suceden, uno detrás de otro hasta el l3 de marzo...  Al día siguiente tiene fiebre, carece de apetito, y es trasladado por su mujer a la Clínica Arago. El 29 de marzo le dicta a Georgette: “Cualquiera que sea la causa de que tenga que defender ante Dios más allá de la muerte, tengo un defensor: Dios”. La mañana del l5 de abril de l938, a las 9.20, muere.

    Años más tarde se sabrá que Vallejo ha sucumbido a un paludismo muy antiguo.

     “Cesar Vallejo se fue a París a conciencia de que se iba a morir lentamente, tan sólo a eso, no importaba cuán largo fuera el plazo. Y murió cuando ya no tenía nada más que decir ni le quedaban ilusiones en su morral de exiliado”–nos recuerda muy lúcidamente Germán Espinosa en su excelente ensayo publicado en l968-, “porque nadie como el cholo peruano sintió en carne propia la plenitud de la congoja humana. Ignorado, exiliado, depauperado, no pudo establecer otra comunicación con el mundo que la de su poesía, como el náufrago que en una isla construyera garabatos inmensos para ser socorrido por improbables viajeros”.

    Louis de Aragón pronunció el discurso de despedida. “Yo estaba en París cuando Vallejo murió. Asistí al entierro una mañana fría y húmeda. No era el París con aguacero que hubiera complacido al poeta. Caía una lloviznita persistente, que calaba los huesos” nos recuerda Nicolás Guillén.  Y Rafael Alberti, al  referirse a la poesía de Vallejo comentó en una ocasión: “Es un poeta eterno, al que no hace falta discutir”.

     El día 3 de abril de l970, Georgette de Vallejo, hace exhumar en el cementerio de Montrouge los restos de César Vallejo “que hago trasladar e inhumar en la concesión a perpetuidad del Cementerio Montparnasse de París (l2a División –4c. Ligne du Nord, Número 7, muy próximo a la tumba de Baudelaire”.

Notas y comentarios de:
ALEGRÍA, Ciro: “El César Vallejo que yo conocí”. Cuadernos Americanos, México, Nov. – Dic. l944. México.
ESPINOSA, Germán: “César muerto en las Galias”. Magazín Dominical No. 263 de abril l0 de l988.
IZQUIERDO RIOS, Francisco. “César Vallejo y su tierra” Talleres Gráficos. P. L. Villanueva, l972. Lima. Perú
ROWE, William: “Lectura del tiempo en Trilce”. Hueso Húmero, No. 2l. Lima- Perú.
VALLEJO, César. Obras Completas; Poemas en Prosa y Contra el Secreto Profesional, seguido de Apuntes Biográficos sobre César Vallejo por Georgette de Vallejo. Barcelona, l977. España.
VALLEJO, César Poesía Completa. Premiá editora. S. A. Col: La Nave de los locos. México, l78. Tercera Edición. México.

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